
Son las 4 y algo en un reloj que nunca me preocupo de poner en hora. Me basta con que acierte el primer digito. Mirando por la ventana veo que un gato negro cruza la calle y pienso que es bastante curioso porque nunca los veo de día. ¿Donde se meten?. Llueve de forma misteriosa a través de la bruma como nunca había visto antes. Me fijo en la vieja boutique abandonada con escaparates redondos años 60 y es entonces cuando lo recuerdo todo. Yo estaba en el bar liándome un porro de marihuana sentado de espaldas a la puerta tomando una cerveza. Lo enciendo y es entonces cuando la veo. Ella era una autentica hippy, no como las pijas que van de hippy con ropa de marca cuidando hasta el mínimo detalle y que por mucho que se empeñen algo las delata. Ella era una hippy salida directamente de finales de los 60, y no me refiero solamente a la ropa si no por la energía que ella irradiaba. No sé quién de los dos empezó. Solo sé que sonriente me dijo que la marihuana que estábamos fumando le gustaba mucho. Éramos dos seres irradiando luz. Terminé regalándole unos cogollos después de reírnos de todo y la cosa termino así. Tenía que ir a por su hija donde una amiga. Después de ese día la vi un par de veces más sin poder hablar de nuevo con ella. Estaba en su coche con su hija, o ayudada por alguna amiga. Un día cuando llegaba a mi casa, justo al pasar por la Boutique y doblar la esquina vi la puerta abierta y la volví a ver. Estaba dentro decorando la tienda. Entré a saludarla y me enseño lo que hacía. Estaba pegando uno a uno cristalitos de colores y lentejuelas en la pared. Los techos tenían extraños espejos y los suelos estaban cubiertos de mosaicos que ella misma había diseñado y realizado con más amor y empeño que oficio. Por toda la boutique había percheros con ropa salida de una película lisérgica de los Beatles. Vi que entre la ropa jugaba feliz su hija, y sin saber porqué me embargó una melancolía y sentí que debía salir de allí. Aun espero impaciente la inauguración de la tienda para volver a verla. Le llevare una caja de cristales de colores que un día compré en un puesto de la calle a una chica que resulto ser una hechicera. Pero esa ya es otra historia que algún día con más tiempo os contaré. Mientras tanto el gato regresa por donde antes cruzó la calle. Pasa por delante de la boutique, se rasca en la esquina y se pierde en la noche. Ya no llueve y la bruma se desvanece.
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